Psicología Positiva: Claves para el Bienestar y la Felicidad

¿Qué es la Psicología Positiva?

La Psicología Positiva es una rama moderna de la Psicología que se enfoca en los aspectos positivos de la experiencia humana, como la felicidad y el bienestar emocional. Surgió como una reacción a la Psicología tradicional, la cual se centra en los trastornos y problemas psicológicos. Algunos conceptos clave de esta corriente incluyen la resiliencia, la gratitud y la autoestima. Estos factores contribuyen al desarrollo personal y emocional de las personas, fomentando una vida más satisfactoria y plena.

“Esta nueva rama de la psicología se ocupa principalmente del estudio científico de las fuerzas y la felicidad del ser humano… se ocupa de identificar los factores que fomentan el bienestar”

Carr, 2007

Este autor hace énfasis en que la Psicología Positiva se basa en hechos científicos, no en opiniones ni supuestos, como muchísimos libros de autoayuda.

De acuerdo con Gable y Haidt (2005), “la Psicología Positiva es el estudio de las condiciones y los procesos que contribuyen al florecimiento o funcionamiento óptimo de las personas, los grupos y las instituciones. Y definida de esta manera, tiene una larga historia, comenzando con los escritos de William James sobre mentalidad saludable, en 1902, pasando por el interés de Allport en las características de la persona positiva en 1958, la defensa de Maslow del estudio de las personas saludables en lugar de las enfermas, en 1968, hasta las investigaciones de Cowan sobre resiliencia en niños y adolescentes, en el 2000”.

Así mismo, Martin Seligman, en su libro La auténtica felicidad, plantea que la Psicología Positiva se basa en tres pilares: el estudio de las emociones positivas, el estudio de los rasgos positivos y el estudio de las instituciones positivas.

Psicología Positiva

Dice Seligman que la Psicología Positiva se origina en el intento por superar la difícil barrera del 65 % de éxito que tienen todas las psicoterapias y que las técnicas que surgen  de su investigación, tienen como función apoyar y complementar las ya existentes (Vera, 2006). Es importante enfatizar los términos: “complementar y apoyar”, ya que no se trata de olvidarnos de los logros alcanzados por la psicología a lo largo de su historia, sino de tener una visión más completa e integradora de cómo los seres humanos podemos sentir que vivimos una vida más plena.

Emociones Positivas

Para Seligman, las emociones positivas se dividen en 3 grupos: las relacionadas con el pasado, las que tienen que ver con el futuro y las vinculadas al presente. Según este psicólogo estadounidense, estos tres aspectos son diferentes y no se encuentran ligados, necesariamente. Por ejemplo, una persona puede sentirse optimista respecto al futuro sin estar satisfecho con su pasado. Revisaremos estos aspectos con más detalle en el apartado de “La felicidad”.

De acuerdo con Barbara Fredrickson (2001), profesora de la Universidad de Michigan, las emociones positivas, al igual que las negativas, tienen un valor adaptativo y ambas se complementan, ya que, mientras las últimas nos ayudan a solucionar problemas de supervivencia inmediata, las primeras nos permiten lograr un mayor desarrollo como personas y relacionarnos en forma efectiva con quienes nos rodean, es decir, las emociones positivas contribuyen a que nuestra convivencia con otros seres humanos sea lo más satisfactoria posible.

Según la teoría de ampliación y construcción de emociones positivas (Broaden and Build theory of positive emotions) propuesta por Fredrickson en 1998, las experiencias de emociones positivas amplían los repertorios momentáneos de pensamiento y acción. Esta ampliación, a su vez, contribuye a que la persona desarrolle recursos físicos, intelectuales, psicológicos y sociales más duraderos que podrán ser utilizados en futuros momentos de crisis o conflictos.

Estos recursos personales contribuirán a crear espirales positivas de emoción, cognición y acción, haciendo que aumenten las posibilidades de crecimiento y transformación personal (Carr, 2007; Vecina, 2006).

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Por ejemplo, como menciona Carr, la alegría genera el impulso de jugar y de crear, de una forma social e intelectual o artística. Esto puede fortalecer las redes sociales de apoyo y la solución creativa de problemas cotidianos, contribuyendo al desarrollo y transformación de la persona, lo que a su vez, genera más emociones positivas.

Existen numerosos estudios que demuestran que la afectividad positiva mejora la forma de pensar. Uno de ellos es el realizado por la psicóloga Alice Isen, citada por Stefan Klein en su libro The Science of Happiness.

Isen reunió a un grupo de médicos y regaló pequeños caramelos a algunos de ellos; posteriormente les solicitó efectuar el diagnóstico de una persona que relató diferentes síntomas. La tarea fue claramente más fácil y resuelta de un modo más creativo por quienes recibieron el pequeño regalo.

Tal como explica Klein, lo que suscitó el estado positivo al recibir los caramelos fue que era una sorpresa y no el regalo en sí. Esta pequeña atención tuvo un gran efecto en los participantes: todos dijeron que su ánimo había mejorado inmediatamente.

Además de recibir un regalo inesperado, tal como lo demuestran Westermann y otros, citados por Alan Carr, existen diversos métodos para inducir estados de ánimo positivos. Ver una película o leer algo que genere entusiasmo, leer afirmaciones positivas sobre sí mismos, recordar un evento agradable, obtener retroalimentación positiva, escuchar música e interactuar con una persona en estado alegre.

Lo que se ha comprobado también es que estos estados de ánimo inducidos generan pensamientos y conductas más creativas y flexibles. Las personas presentan mayor expansión de la atención y, al mismo tiempo, estas condiciones generan emociones positivas, demostrando que ambas variables se refuerzan mutuamente.

De aquí se desprende que, tanto maestros como padres, debiéramos procurar que las situaciones de aprendizaje estén ligadas a estados emocionales positivos, con el fin de facilitar la adquisición y aplicación de los nuevos conocimientos.

Psicología Positiva y Salud

Otra área de investigación con relación a la felicidad y emociones positivas es la salud. En promedio, las personas felices viven más tiempo, lo que podría explicarse por el mejor funcionamiento de su sistema inmunológico.

Es ya muy conocido el estudio realizado por Danner, Snowdon y Friesen (Fredrickson, 2003), quienes analizaron los escritos autobiográficos de un grupo de monjas, redactados en 1932 antes de ingresar al convento, y los relacionaron con su estado de salud actual y longevidad.

En este estudio se destaca el porqué posee excelentes condiciones de control experimental. Los autores deducen que, dadas las condiciones homogéneas en las que transcurrió la vida de las monjas, la única variable a la que se pueden atribuir las diferencias en sus estados de salud y años de vida, es a la cantidad de emociones positivas que refieren cada una en sus relatos.

Las monjas que expresaban emociones como alegría, anhelo y felicidad vivían, en promedio, diez años más y gozaban de mejor salud que aquellas que no expresaban emociones. Además, solo el 34 % de las monjas que no expresaron emociones positivas seguía viva a los 85 años, a diferencia del 90 % del grupo “más feliz”.

Las emociones positivas, además, aumentan la tolerancia al dolor (Weisenberg y otros en Carr, 2007), lo que podríamos sugerir también contribuye a una mejor calidad de vida.

En otro estudio, Fredrickson, muestra cómo el sistema cardiovascular de sujetos sometidos a una situación que les ocasiona ansiedad y que son luego expuestos a circunstancias que les provocan emociones positivas, vuelve más rápidamente a su estado previo. La autora concluye que: las emociones positivas tienen la capacidad de contrarrestar el efecto de las emociones negativas, algo que la mayoría hemos comprobado personalmente, especialmente, quienes convivimos con niños y vemos lo fácil que suele ser hacerlos reír, incluso cuando aún no han terminado de llorar.

Por otro lado, diversos estudios mencionados por Remor, Amorós y Carrobles (2006), destacan la importancia de expresar adecuadamente la ira y cómo la inhibición en su expresión es un factor importante en la predisposición a sufrir diferentes trastornos. Se ha comprobado que la expresión inadecuada de esta emoción aumenta la activación fisiológica y que esta activación, mantenida en el tiempo, tiene relación con trastornos psicofisiológicos y dificultades en el sistema inmunitario.

Emociones Positivas y Psicología Positiva

Las emociones positivas tienen gran importancia también con relación a cómo enfrentamos y resolvemos las situaciones difíciles o traumáticas. Por extraño e inadecuado que pudiera parecer, se ha visto que inclusive frente a sucesos tremendamente difíciles, algunas personas experimentan emociones positivas.

Por ejemplo, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, muchas personas dijeron haberse sentido agradecidos por estar vivos y porque sus seres queridos estaban a salvo. Como muchas encuestas demostraron, la mayoría refirió demostrar más afecto hacia sus familiares, haciendo que sus relaciones se fortalecieran. Estas personas presentaban menos síntomas de depresión y más optimismo y satisfacción con la vida (Fredrickson, 2003).

Sin embargo, no debemos cometer el error de ver a las emociones positivas como distractores de lo que está sucediendo. Tal como demuestran diversas investigaciones, son más bien elementos activos en la manera de afrontar los problemas.

Como lo mencionamos antes, las emociones positivas revierten los efectos fisiológicos de las emociones negativas y amplían los pensamientos y acciones de las personas, lo que las lleva a encontrar más y mejores soluciones y a sentirse mejor después de la crisis.

Como señala la teoría de ampliación y construcción de emociones positivas, antes descrita, las personas desarrollan recursos que se vuelven permanentes. Esta teoría sugiere que una de las características que se desarrolla como producto de experimentar emociones positivas en forma recurrente es la resiliencia, la capacidad de sobreponerse a experiencias negativas y a adaptarse a los continuos cambios que conlleva la vida diaria y sobre la que ahondaremos más adelante.

Podemos concluir entonces, que si queremos vivir más y en mejores condiciones, tan importante como realizar ejercicio físico y llevar una dieta balanceada, es cultivar una actitud ante la vida donde las emociones positivas tengan un gran espacio y considerar que tampoco se trata de sacar las emociones negativas de nuestras vidas, ya que, además de imposible, nos quedaríamos sin el motor fundamental que nos lleva al cambio necesario para ser mejores y más felices.

A continuación se hará una revisión de las principales áreas de estudio de la Psicología Positiva, la que podría considerarse como un pequeño inventario del que debemos procurar aplicar tanto como sea posible en nuestras vidas, si deseamos un mayor bienestar psicológico.

Áreas de Estudio de la Psicología Positiva

La Felicidad

La felicidad parece ser el objetivo que hay detrás del estudio de todas las emociones positivas, es decir, nos interesa conocer y desarrollar las emociones positivas en la medida en que contribuyen a que seamos más felices. Sin embargo, no es un concepto fácil de definir ni existe consenso respecto a lo que debemos hacer exactamente para alcanzarla.

Vivimos en una época y en culturas que fomentan la búsqueda de logros rápidos y fáciles. Las maravillas tecnológicas a las que actualmente tenemos acceso nos han abierto un mundo insospechado para nuestros padres y abuelos, e incluso para muchos de nosotros hace algunos años.

Tenemos más información de la que podemos procesar con solo presionar una tecla, lo que puede llevarnos a pensar que casi todo puede conseguirse sin mayor esfuerzo y, sin duda alguna, nos sentimos muy contentos cuando eso ocurre.

Pero esto tiene que ver más con los placeres que, si bien contribuyen a que seamos más felices, se trata de estados pasajeros, probablemente porque surgen a partir de componentes sensoriales y emocionales, que son, por definición, momentáneos.

Tal como plantea Seligman en La auténtica felicidad, el sentirse feliz de manera más permanente y significativa pareciera tener relación con la oportunidad de poner en práctica nuestras principales virtudes y fortalezas, las que son definidas como rasgos morales y, aunque se parecen a las capacidades, se diferencian de estas en que implican un acto de voluntad, una elección de adquirirlas y desarrollarlas; en cambio, las capacidades son innatas, factibles de ser mejoradas con la práctica, pero no podemos elegir tenerlas o prescindir de ellas.

Seligman menciona la existencia de veinticuatro fortalezas de carácter, las que serían el camino para acceder a cada una de las seis virtudes que él y su grupo descubrieron, y que son comunes a distintas tradiciones religiosas y filosóficas en todo el mundo.

Estas seis virtudes, considerados conceptos demasiado abstractos para ser desarrollados directamente, son: sabiduría y conocimiento, valor, amor y humanidad, justicia, templanza y espiritualidad, y trascendencia.

El camino para acceder a estas virtudes son las fortalezas, las que, a diferencia de las primeras, son mensurables y adquiribles.

Por ejemplo, se puede evidenciar la virtud de templanza, desarrollando las fortalezas de autocontrol, prudencia y humildad, o la virtud del amor y humanidad, a través de actos de bondad y generosidad, de amar y dejarse amar.

La gran importancia de desarrollar fortalezas y virtudes radica en el hecho de que, al ponerlas en práctica, accedemos a las gratificaciones, actividades que disfrutamos mucho y que nos comprometen por completo, no solo en el ámbito de emociones como los placeres, sino también de pensamiento, lo que las hace más duraderas. Las gratificaciones implican un desafío, lo que hace que sea difícil que se conviertan en hábito y rutina.

Si el lector está interesado en conocer sus principales fortalezas, puede visitar el sitio Authentic Happiness, que es la página de la Universidad de Pensilvania. Ahí podrá acceder al cuestionario elaborado por Martin Seligman y tener una idea de cuán desarrolladas están sus fortalezas y cuáles son las cinco principales que posee.

Con relación a estos conceptos, Seligman (2003) distinguió tres formas o vías de acceder a la felicidad: la vida placentera, caracterizada por la posibilidad de experimentar emociones positivas; la buena vida, que resulta de utilizar satisfactoriamente las principales fortalezas personales, con el fin de obtener la mayor cantidad de gratificaciones auténticas, y la vida significativa, donde nuestras fortalezas y virtudes son puestas al servicio de algo que nos trascienda.

Para alcanzar una felicidad más plena y duradera, entonces, las emociones positivas que experimentamos deben caminar de la mano del desarrollo de nuestras fortalezas y virtudes.

Con relación a estos conceptos, Seligman distingue tres tipos de felicidad o bienestar subjetivo:

  1. La vida placentera (que se logra alcanzando diferentes placeres).
  2. La buena vida (que resulta de experimentar emociones positivas).
  3. La vida significativa (que tiene que ver con las gratificaciones y, por lo tanto, con fortalezas y virtudes).

Para alcanzar una felicidad duradera, nuestros placeres y las emociones positivas que experimentamos, deben caminar de la mano del desarrollo de nuestras fortalezas y virtudes.

La Fórmula de la Felicidad

Otro concepto que nos parece muy importante en la obra de Seligman, es la “fórmula de la felicidad”. No se trata de un algoritmo, ni receta que conduzca a la felicidad, sino de una descripción de los factores involucrados en esta.

F = R + C + V

F es el nivel de felicidad duradera.

R es el rango fijo dentro del cual se mueve nuestro nivel específico de felicidad. Aproximadamente el 50% de R se explica por factores hereditarios, lo que tiene aspectos positivos y negativos.

Dentro de los últimos, se encuentra el hecho de que, por muy felices que nos sintamos en un momento determinado, volveremos a nuestro nivel habitual de felicidad. El lado positivo es que, también después de una desgracia, tendemos a recuperar nuestro nivel original (“termostato de la felicidad”).

Otro hecho que explica por qué no sobrepasamos este rango fijo se debe a que, una vez alcanzado algo bueno y satisfactorio, inevitablemente lo damos por hecho y automáticamente nuestras expectativas aumentan. Esto nos lleva a buscar un nuevo objetivo que, una vez alcanzado, nos lleva nuevamente a adaptarnos, en lo que se conoce como la rueda de molino hedonista.

A diferencia de R, C y V sí aumentan el nivel de felicidad.

C son las circunstancias de nuestra vida y, si bien algunas tienen mayor incidencia que otras en nuestra felicidad, cambiarlas suele ser difícil y poco práctico. Suele pensarse que, quienes tienen más dinero, por ejemplo, son más felices; sin embargo, parece ser que influye más la importancia que se le atribuye a ésta que el dinero en sí. Además, una vez cubiertas las necesidades básicas, no habría mayor diferencia en los niveles de felicidad entre grupos más y menos afortunados económicamente.

Tampoco está completamente comprobado que las personas casadas sean, en promedio, más felices que las solteras y las divorciadas, ya que, si bien es verdad que un buen matrimonio contribuye a elevar los índices de felicidad, también es cierto que las personas felices son más sociables y, por lo tanto, tienden a establecer relaciones más satisfactorias y más duraderas. En el caso de la salud, lo que importa, en mayor medida, es la valoración subjetiva del estado de salud, aunque las enfermedades graves sí disminuyen el grado de felicidad.

El tener una creencia religiosa arraigada, tiene un efecto moderado en nuestra felicidad, probablemente porque infunde esperanza en el futuro y, muchas veces, da un sentido a la vida.

Contrario a las creencias habituales, las investigaciones tampoco demuestran que las personas mayores son menos felices que los jóvenes, aunque sí es verdad que, a medida que envejecemos, vamos experimentando las emociones con menos intensidad.

El hecho de experimentar emociones negativas a lo largo de la vida tampoco es señal de no poder llevar una vida satisfactoria; tradicionalmente se ha pensado que ambos tipos de emociones son contradictorias, sin embargo, con el pasar del tiempo se ha comenzado a considerar el aspecto multidimensional en la expresión de emociones. Esto permite verlas, no como mutuamente excluyentes, sino como tipos de afecto que pueden coexistir simultáneamente en la misma persona.

Finalmente, la V en la fórmula señala las variables más importantes, según Seligman, en la búsqueda de la felicidad. Se refiere a aquellos aspectos que dependen de la voluntad y que llevan a cambios más sustanciales; la V para el autor, se relaciona con la felicidad respecto al pasado, al presente y al futuro.

Entre las emociones relacionadas con el pasado están la complacencia, la satisfacción, el orgullo, la serenidad y la realización personal. Estas emociones dependen directamente de cómo recordamos los sucesos vividos, de ahí la importancia de la gratitud y el perdón, ya que, contribuyen a ampliar la intensidad y la frecuencia de los buenos recuerdos y elevan, por lo tanto, la satisfacción con la propia vida.

Las emociones con respecto al futuro son: optimismo, esperanza, fe, seguridad y confianza, y están determinadas por las ideas y cogniciones que tenemos sobre cómo será nuestra vida.

La felicidad presente, como ya vimos, tiene relación con dos áreas diferentes como son los  placeres (momentáneos) y las gratificaciones (más duraderas).

El Optimismo

El optimismo es una de las emociones más estudiadas y difundidas dentro de la Psicología Positiva, probablemente porque está comprobado que tiene gran incidencia en la calidad de vida de las personas. Junto con el concepto de esperanza, permite predecir mayor perseverancia en las tareas a emprender, especialmente si estas implican un desafío, un humor más positivo e incluso un mejor nivel de salud física, sin mencionar que es casi una vacuna contra la depresión, enfermedad que aqueja a tantas personas de distintas edades en el mundo.

Podemos entender el optimismo desde dos enfoques diferentes e igualmente útiles: el del estilo explicativo, presentado por Seligman en su libro El optimismo se adquiere (1990), y el del optimismo disposicional, propuesto por Scheier y Carver (Chico, 2002).

De acuerdo con Seligman, no nacemos optimistas o pesimistas, sino que adquirimos una u otra tendencia a medida que vamos aprendiendo a explicarnos las dificultades y fracasos que enfrentamos. Los estilos explicativos pueden ser: optimista o pesimista, y se diferencian con relación a tres características o dimensiones: permanencia (permanente/transitorio), ubicuidad (específico/universal) y responsabilidad (internalidad/externalidad).

Es así como una persona optimista se cuenta los contratiempos dando argumentos transitorios, específicos y de origen externo. Por ejemplo, un optimista que recibe una calificación deficiente en un examen podría decir “estaba difícil” a diferencia del pesimista, que diría algo como “nunca lograré entender nada”, es decir, se dará una explicación interna, universal y permanente.

Al contrario, frente a un suceso positivo, el optimista se dará una explicación interna, universal y permanente (“soy inteligente”), mientras el pesimista podrá decir algo como “tuve suerte esta vez” (estilo atribucional externo, específico y transitorio).

Está comprobado que estas diferencias de estilos explicativos influyen en que los optimistas sean más perseverantes y se recuperen de los contratiempos más rápidamente (Seligman, 1991).

Modelo ABC de Albert Ellis

Quizá, uno de los mayores aportes del enfoque de Seligman es el énfasis que hace en que el optimismo puede aprenderse. El autor se refiere a que se puede lograr ser más optimista utilizando el esquema del modelo ABC, desarrollado por Albert Ellis en su Terapia Racional Emotiva.

En este modelo, A es una “adversidad”, B son nuestras “creencias” sobre A (beliefs, en inglés) y C, las “consecuencias” de tener tales creencias. El modelo se completa con D (discusión) y E (energización).

La idea es aprender a identificar los pensamientos que tenemos frente a una situación determinada y entender que las consecuencias, es decir, lo que sentimos y hacemos, no depende del hecho ocurrido sino de lo que nosotros pensamos acerca de ese hecho.

Por ejemplo, si usted tiene un amigo que no le ha saludado por su cumpleaños y usted piensa que esto se debe a que él no le estima lo suficiente, usted sentirá y se comportará de manera muy diferente a la que sería si usted piensa que su amigo ha de estar ocupado en su trabajo y por eso no le ha llamado.

La idea es aprender a identificar nuestras creencias poco realistas, que no nos ayudan a sentirnos bien y, a través de D, rebatirlas y discutirlas: ¿Qué evidencia tengo de que sea así? ¿Qué otra explicación puede haber para que no me haya llamado? Y si realmente no me tuviera el aprecio que yo espero, ¿qué implicaciones tiene para mi vida?

Por último, ¿de qué me sirve pensar así, puedo hacer algo para cambiar eso? La energización, E, se refiere a las nuevas consecuencias que tiene pensar de un modo diferente y más constructivo para su vida.

Se tiende a pensar que los pesimistas son más realistas y los optimistas, más ingenuos, sin embargo, después de conocer el resultado de numerosas investigaciones, la conclusión más acertada parece ser que es difícil decir quién es más “objetivo”; se trata, más bien, de que ambos perciben e interpretan la realidad de manera opuesta. Tan cierto es que los optimistas ven la realidad mejor de lo que es, como que los pesimistas la ven peor.

Seligman plantea algunas pautas para el uso del optimismo y otras acerca de cuándo prescindir de él. Este autor dice que hay que usarlo cuando buscamos alcanzar un logro, cuando nos preocupa cómo nos sentiremos, si está en juego nuestra salud física y si queremos actuar como líderes. Recomienda no utilizarlo si el futuro es incierto y riesgoso, tanto para nosotros como para otros, y si lo que requiere la situación es mostrar empatía hacia los demás.

Por su parte, Scheir y Carver definen al optimismo como una característica disposicional que influye en la interpretación que las personas hacen de los hechos y, adicionalmente, plantean que una persona optimista mantiene creencias estables y generalizadas respecto a que en el futuro le esperan cosas positivas, mientras los pesimistas tienen expectativas en sentido contrario (Martínez-Correa et al., 2006).

En la década de 1990 elaboraron y revisaron el LOT-R (Life Orientation Test-Revised), un cuestionario que consta de diez afirmaciones que mide el optimismo disposicional.

A partir de sus investigaciones y de la aplicación de dicho cuestionario, los autores han podido comprobar varios hechos con relación al optimismo. Por ejemplo, los optimistas están más dispuestos a cumplir un objetivo aunque encuentren obstáculos en el camino.

Frente a situaciones difíciles, ambos presentan estrategias de afrontamiento diferentes: los pesimistas tratan de evitarlas y los optimistas se orientan hacia la solución del problema.

La presencia de optimismo también permite pronosticar la recuperación más rápida de personas enfermas. Sin embargo, no hay que olvidar la complejidad del ser humano, lo que se demuestra en otras investigaciones, específicamente con personas que padecen de cáncer, cuyos resultados contradicen lo anterior, con relación a que la presencia de emociones positivas no contribuye a un desarrollo menos negativo de la enfermedad.

Sentido del humor y risa

Probablemente, el sentido del humor y la risa son dos conceptos ampliamente malentendidos y hasta descalificados por un gran número de personas. Solemos considerar que si algo es importante, necesariamente se trata de algo “serio” y, por lo tanto, la risa y el humor positivo no tienen cabida, creando una confusión de términos que no son excluyentes necesariamente.

De niños aprendemos, también, que no debemos reírnos sin motivo aparente porque “la risa abunda en la boca de los tontos”. Es por estas razones y por muchas otras, que pareciera que vamos aprendiendo a reírnos espontáneamente cada vez menos.

Sin embargo, y afortunadamente, hay estudios que demuestran que niños y adultos reímos con igual frecuencia. Humor y risa van de la mano, pero no son lo mismo: humor es el estado de ánimo, es una forma de percibir las situaciones que vivimos; la risa es la expresión fisiológica y motora del humor.

Compartimos la comparación que hace Esther Quintero, de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, al decir que “la risa es el espejo del alma y el humor, el alma misma”.

Son largas las listas de estudios que demuestran los beneficios del humor y, entre sus resultados, se menciona que mejora las estrategias de afrontamiento, ayuda a un mejor funcionamiento del sistema inmunológico, contribuye a ver los problemas de una manera menos grave, nos enseña a ver el lado positivo de los acontecimientos, nos permite ampliar nuestras redes sociales y que sea más probable recibir apoyo de otros.

Ya son famosos, por ejemplo, los esfuerzos y seguidores del médico norteamericano Patch Adams, quienes visitan a enfermos en los hospitales de diferentes países, comprobando que los pacientes y sus enfermedades evolucionan de manera más positiva al ser expuestos a momentos de alegría y buen humor.

Es importante distinguir entre humor positivo y humor agresivo, dentro del cual se ubican burlas, sarcasmo y ridiculización. Estos últimos no contribuyen a superar obstáculos ni a potenciar beneficios en nosotros mismos ni en los demás, por lo que no deben ser estimulados bajo ninguna circunstancia.

La risa, por su parte, es una expresión innata en el ser humano. Es parte de nuestro lenguaje no verbal que, además, tiene una clara función social (nos reímos mucho más si estamos con alguien que cuando estamos solos).

Reír es, probablemente, una de las mejores experiencias que todo ser humano tenga en su vida. Esto se debe a que mientras reímos se liberan endorfinas, hormonas que nos llevan a experimentar estados semejantes al éxtasis, haciendo que la tristeza, el estrés y el mal humor se alejen de nuestras vidas.

Por lo tanto, podemos decir, a diferencia de la creencia popular, que “la risa abunda en la boca de los sanos”, como lo demuestran, además, quienes practican la risoterapia.

La risoterapia es una técnica curativa grupal, cuyos antecedentes provienen del siglo XIII, y que busca que las personas aprendan a reír con todo el cuerpo, incluso forzando la risa inicial, con el objetivo de que experimenten todos sus beneficios.

Contribuyendo a aumentar nuestra felicidad

A modo de resumen, a continuación, algunas actividades y actitudes de vida que consideramos, pueden contribuir al bienestar y felicidad del lector.

  1. Descubra y desarrolle sus principales fortalezas de carácter.
  2. Procure llevar a cabo actividades que tengan un objetivo definido, impliquen un desafío y donde pueda poner en práctica sus mayores fortalezas.
  3. Aprenda a identificar y controlar sus emociones.
  4. Practique la empatía, aprenda a ponerse en el lugar de los otros para saber qué sienten.
  5. Intente ampliar sus emociones positivas, tanto en actividades trascendentes como en tareas pasajeras y sin importancia aparente.
  6. Manténgase enfocado en el presente, aleje las culpas del pasado y las preocupaciones sobre el futuro; usted no puede cambiar lo sucedido ni lo que no ha ocurrido, sólo puede controlar sus percepciones sobre ello.
  7. Cultive el perdón, incluyendo el perdonarse a sí mismo y el agradecimiento por todo lo bueno que tiene su vida.
  8. Planifique actividades que le provocan el estado de fluir y dedíqueles tiempo.
  9. Practique el ocio activo.
  10. Mantenga una vida social activa y sana, pertenezca a un grupo con intereses similares a los suyos.
  11. Así mismo, desarrolle y mantenga relaciones íntimas.
  12. Aprenda a ver el vaso medio lleno y no se centre en lo que falta, cultive el optimismo.
  13. Espere lo mejor de usted, de quienes le rodean y de la vida: aumentará las probabilidades de que ocurran cosas buenas.
  14. Aprenda a diferenciar qué cosas dependen de usted y cuáles no está en sus manos cambiar, pero comprométase con aquello que sí puede modificar.
  15. Intente ver las cosas desde diferentes puntos de vista y ante las dificultades, proponga varias soluciones, como una manera de fomentar su creatividad.
  16. Haga cosas nuevas o las de siempre, hágalas de manera novedosa.
  17. Busque el lado divertido de las situaciones.
  18. Actúe de manera auténtica: no diga lo que no siente ni lo que no cree.
  19. Aprenda a escuchar a su cuerpo: las emociones son fenómenos principalmente fisiológicos y nos indican cuando algo va bien y cuando no.
  20. Abandone el viejo juego de intentar “pensar solo con la cabeza”. Necesitamos estar conscientes de que sentimos y tomarlo en cuenta para tomar buenas decisiones.
  21. Trabaje activamente en ser mejor persona.
  22. Desarrolle y mantenga hábitos, persevere ente sus objetivos.
  23. Sea un ciudadano comprometido, no deje el control de su vida en manos de otros.
  24. Sobre todo: sea consciente de su felicidad y confíe en que puede incrementarla.

Video: Conferencia Psicología Positiva, la ciencia de la felicidad, Martin Seligman. Teatro Pedro de Heredia. Cartagena. 19/02/2015

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Autor(es)

Liselott Sepúlveda

Liselott Sepúlveda

Universidad Francisco Marroquín, Guatemala

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Liselott Sepúlveda es una reconocida psicóloga clínica especializada en adolescentes y adultos, con una sólida trayectoria de más de 30 años en el campo de la psicología. Originaria de Chile, reside en Guatemala, donde ha continuado desarrollando su carrera profesional y académica.

En el ámbito educativo, la Dra. Sepúlveda ha sido catedrática en el Departamento de Psicología de la Universidad Francisco Marroquín (UFM). Además, ha impartido clases y facilitado talleres en la Universidad Rafael Landívar, donde también obtuvo una maestría en Docencia de la Educación Superior. Su formación académica incluye un postgrado en Terapia Cognitiva de la Universidad de Chile y un diplomado en Psicología Positiva del Instituto Chileno de Psicología Positiva.

Liselott Sepúlveda ha contribuido significativamente a la supervisión y formación de nuevos profesionales de la psicología. Es supervisora de prácticas clínicas y creadora del diplomado en Psicología Positiva en la UFM, demostrando su compromiso con la innovación educativa y el bienestar psicológico.

En su práctica clínica, ha trabajado tanto en Chile como en Guatemala, brindando apoyo terapéutico a adultos y adolescentes. Su enfoque terapéutico se centra en la terapia cognitiva, las terapias humanistas y la psicología positiva, áreas en las que ha desarrollado un profundo interés y expertise.

Además de su labor docente y clínica, la Dra. Sepúlveda es autora del capítulo «Psicología del Bienestar y la Felicidad» en el libro del mismo nombre, editado por Guido Aguilar y Luis Armando Oblitas Guadalupe (Biblomedia Editores, 2011).

Liselott Sepúlveda es una figura destacada en la Psicología Clínica y la educación superior en Guatemala, siendo un referente en su campo y contribuyendo de manera significativa al desarrollo y formación de nuevos profesionales en psicología.

Citar este artículo:

Sepúlveda, L. (02 de junio de 2024). Psicología Positiva: Claves para el Bienestar y la Felicidad. Instituto Salamanca. https://institutosalamanca.com/blog/psicologia-positiva-bienestar-felicidad

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